miércoles, 14 de noviembre de 2012

El Boom Latinoamericano


Un virus planetario

El autor del artículo subraya la indiscutible influencia literaria de los grandes autores latinoamericanos de la generación del ‘boom’.

También su capacidad para despertar con igual eficacia las más feroces críticas y las loas más rendidas

 Nueva York 

  • Portada de 'Cien años de soledad', diseñada por Vicente Rojo / EL PAÍS
    1. Boom Bang. Hoy, cuando lo políticamente correcto es torpedear cualquier mito, se insiste en que elboom fue una pura invención editorial. Un fenómeno de mercado. Una eficaz estrategia de marketing. Un golpe de estado y una toma del poder cultural. O, en otro sentido, se busca arrinconar a sus miembros oficiales —Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y acaso también Donoso y Onetti— para desempolvar las sombras de otros grandes ocultas detrás de ellos: Ribeyro, Di Benedetto, Ibargüengoitia, Puig, Elizondo, Saer, Castellanos, Pitol, Arredondo, tratando de desplazar sus escrituras “marginales” hacia el centro. Nombrar es reunir (y también excluir), y el término boom, tan abierto o cerrado como se quiera, no cesa de despertar suspicacias. Como fuere, adentro o al margen de la etiqueta, durante la época de su predominio y expansión —1962, el año de La ciudad y los perros, a 1982, cuando se le concede el Nobel a García Márquez— hubo en América Latina una concentración de talento literario sólo equivalente (asumo la desmesura) al Siglo de Oro, el periodo isabelino, el Siglo de las Luces, la Rusia decimonónica o la Viena fin-de-siècle. Con su improbable acumulación de obras maestras. Uno podrá cuestionar la hubris política o estética de sus miembros, pero sus libros permanecen como piezas ineludibles de una tradición que sin ellos no existiría como tal. Nadie cuestiona la genialidad de sus predecesores —el espectro que va de Borges a Rulfo—, o de sus contemporáneos —algunos de ellos ya nombrados—, pero la energía desatada por el boom, o más bien por los booms que convivieron en el boom,aún se expande por todo el planeta.

    2. El factor RM. Poco importa si sus antecedentes se encuentran en el Romanticismo alemán o en Carpentier, en la fantasía borgiana o en Asturias, en los cuentos infantiles o en Rulfo: el realismo mágico a la García Márquez es la invención más contagiosa surgida de nuestras tierras. A fuerza de verlo repetido hasta la extenuación, casi nos sorprende que un procedimiento tan elemental pueda haber infectado tantas mentes. Pero esa es justo la naturaleza de las ideas geniales: adaptarse mejor que sus competidoras a los distintos medios. Así, Cien años de soledad no sólo es un portento de imaginación, sino la pieza literaria más influyente escrita en español desde el Quijote (asumo, otra vez, la desmesura). García Márquez no podía saber que su deslumbrante retrato de familias iba a convertirse en una herramienta —un arma de destrucción masiva— para uso extensivo de los novelistas provenientes de otras naciones periféricas. La intrusión de la magia en la vida cotidiana, frente a la calculada indiferencia de sus testigos, se convirtió de pronto en la mejor fórmula para expresar las contradicciones del mundo no-occidental en una época en que este se caracterizaba por su miseria y su brutalidad política. Igual en África o en la India, o China o en Turquía, el realismo mágico permitía huir del realismo imperialista —seña de identidad europea y estadounidense— para dibujar escenarios contradictorios en los que la herencia tradicional, con su caudal de mitos y leyendas, podía entretejerse con la difícil modernización que sufrían, a pasos forzados, estas sociedades. De Salman Rushdie a Mo Yan, de Soyinka a Murakami, de Roy a Achebe —sobran los ejemplos— el procedimiento garciamarquiano devenía una inspiración original. Los latinoamericanos podemos argüir que la reiteración del recurso terminó por hostigar nuestros paladares o que su fuerza acabó diluida en sus epígonos, pero de nada sirve negar su virulencia: hoy, el realismo mágico continúa siendo una pandemia.
    3. Baby-Boom. Resulta tan fácil decir que las últimas obras de los autores del boom no valen nada. O descalificarlos por su compromiso político, o por sus virajes ideológicos, o por su apoyo a figuras impresentables. Renegar del modelo de intelectual público que encarnaron o impusieron. Burlarse de su compostura, o de su falta de compostura, de su elegancia o su falta de elegancia, de su brillo al hablar o sus tartamudeos. Lo único que no puede hacerse, en América Latina, es olvidarlos. Quien más rápido llegó a esta conclusión, y mejor supo encararla, fue Roberto Bolaño: detestaba al boom con la misma pasión con que lo veneraba. Y sus libros son la mejor prueba de que esta suma de emociones, de la ira recalcitrante a la admiración desbocada, es el único antídoto contra estos monstruos. Sólo desestimarlos te reduce a la amargura. Sólo admirarlos te convierte en su sirviente. A todos ellos, a los oficiales y a los marginales, los incómodos protagonistas de nuestra Edad de Oro, no queda sino odiarlos amorosamente o amarlos rabiosamente. Sin medias tintas.
    Jorge Volpi,escritor mexicano, es autor de la novela La tejedora de sombras y del ensayo Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Twitter: @jvolpi
    Fuente: El País de España

    viernes, 2 de noviembre de 2012

    Cortazar renovó París con Rayuela



    Foto: Archivo
    París, 2 nov (EFE).- “Rayuela”, la obra más emblemática del argentino Julio Cortázar, que desarrolla parte de la historia en París, le granjeó el respeto de los literatos franceses y renovó la magia de esta ciudad, al hacerla converger con el realismo mágico latinoamericano.
    “Puede que ‘Rayuela’ no fuera un éxito de ventas, pero Cortázar gozó a partir de entonces de un inmenso prestigio en el mundo literario francés”, explicó a Efe el responsable de la sección latinoamericana de la casa de edición Gallimard, Gustavo Guerrero.
    A cincuenta años del fenómeno editorial que cambió para siempre la percepción de la literatura latinoamericana en el mundo, Guerrero, él mismo escritor, quiso recalcar la“especial y antigua” relación de Francia con las letras de Latinoamérica, que data de “mucho antes del ‘boom’”.
    En los años veinte el mexicano Alfonso Reyes, considerado como “eterno candidato al Nobel”, se convertiría en el primer autor de la región traducido al francés, y en los años cincuenta, Gallimard creó “La Cruz del Sur”, primera colección dedicada en exclusiva a la literatura latinoamericana, no sólo en Francia, sino a nivel mundial.
    En ese entonces, las tiradas no excedían las 500 copias, pero a partir del llamado “boom” en los años sesenta y setenta esa cifra se sextuplicó, “no por un complot editorial, sino por una explosión del interés entre el público debido a la innegable calidad literaria de estos autores”, aclaró Guerrero.
    Tanto los precursores Juan Rulfo y Jorge Luis Borges como los grandes representantes de la corriente -Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, el propio Cortázar y, posteriormente, Carlos Fuentes- se tradujeron al francés al igual que a otros muchos idiomas, con la diferencia de que en Francia “sí se había oído hablar antes de ellos, no eran unos completos desconocidos”.


    Pero además, la relación de estos literatos con París fue mucho más estrecha que con ninguna otra ciudad europea, debido a que la capital francesa “ha sido desde siempre la meca literaria de los escritores latinos,por el capital simbólico de reconocimiento” que suponía volver a su patria habiendo triunfado allí, opinó Guerrero.
    En efecto, ya fuera por circunstancias personales, por motivos profesionales o por una mezcla de ambos, la generación del “boom” se encontró íntimamente ligada a esta ciudad en un momento u otro de su vida, e incluso después de su muerte.
    Cortázar, que en 1951 aterrizó en París para trabajar como traductor en la Unesco, se quedó, fue naturalizado por el presidente François Mitterrand en 1981 y acabó reposando en el cementerio de Montparnasse, pese a haber afirmado con frecuencia que vivir en Francia le había hecho descubrir hasta qué punto se sentía latinoamericano.
    Carlos Fuentes, fallecido este año, también eligió París como ciudad de reposo final y su tumba se encuentra en el mismo cementerio que la del argentino.
    Por ello, la ciudad de la luz aparece retratada en las obras de casi todos estos escritores, más allá de Cortázar y su “Rayuela”. Vargas Llosa, por ejemplo, terminó de escribir allí su primera novela, “La ciudad y los perros”, y a ella ha vuelto con otras más recientes como “Travesuras de la niña mala”, mientras que García Márquez la conoció varios años en tanto que corresponsal.
    El Instituto Cervantes de París ha creado itinerarios en internet para mostrar la vida de todos ellos, amén de otras personalidades, en una de las capitales del mundo que ha acogido a un mayor número de creadores de España y de América Latina en la historia reciente.
    La unión intrínseca entre hombres de letras latinoamericanos y París, la impronta que esta ciudad ha dejado en su obra no nació con el “boom”, pero sí fue potenciada por el fenómeno.
    Y ellos, con su mirada de otro hemisferio, privilegian una imagen de la capital francesa distinta de la de los grandes literatos franceses, al conjugar en su visión de París magia, metafísica, crítica social y fantasía.
    Fuente: EFE